lunes, 26 de mayo de 2008

el mar

Impresos en mi a pesar de ti están sus recuerdos, por mas que en tus aguas se agiten titanes, inmune a tu furia camino los días.Ríndete inmenso a los pies de sus vidas, no puedes tocarlos jamás,no pueden tus crestas mojar sus miradas, ni puede la sal de tus aguas rasgarse en sus voces, pues ellas me envuelven y viajan haladas. nítidas escalan los motes te hacen pequeño, bañan mi alma mis noches mis días, cantando te burlan sin prisa en los sueños , Ríndete a sus ojos, que a nado te cruzan a cada momento.
leuman

miércoles, 7 de mayo de 2008

tu estabas ahi


En ese momento el tiempo paso junto a mí. Despreocupado siguió su curso dejándome a un lado y esperé cual piedra aplomada en el río el grave tronar en su lecho
No había expresión alguna en mí rostro, y el aire pesado envolvía la tarde mezclando recuerdos de tiempos inciertos, tiempos prestados de hombres ajenos que fueron raíces brotadas en mi.
A modo de lluvia grisácea en los techos alzados a sangre, las tejas gastadas dejaban caer a chorros lenguados las hierbas perennes rodeadas de musgos formando el telón de fondo en mis ojos. La tarde era lenta, babosa en el pueblo y mis sueños pasados al parpado abierto vivieron de un soplo y casi escapando al paisaje viscoso cortándolo al sesgo , explotando en su brillo, tu suave figura se ciñe a mi lado, se deja descalza caer mi boca y sonríe bordada en las alas de un niño, mi mundo se agrieta, se cuela en tus ojos y vibra la tierra, regreso a mi alma acunado en tu brisa, y detrás de la puerta oscura y desecha el hombre fantasma que cuida la casa asiente en silencio, le da una palmada de humo a su pipa y se hunde en las sombras.
He vuelto en los años buscando respuestas, un pueblo, un río, la sangre , el pasado, y hoy de repente me duermo en tu boca, tan lejos estabas, al fin te he encontrado.

ancestro

ANCESTRO
Ayer mi alma se completó por un instante. Desde la partida hacia el pueblo, un estado ansiedad nevado de nerviosismo se apoderó de mis sentidos. Cada kilómetro recorrido me parecía eterno, cada recodo, cada pirca de piedra, cada caserío antiguo me miraban y parpadeaban cómplices a mi paso, todo parecía tan lógico, los campos de trigo verde alunarados de olivos, la tierra arcillosa, el abraso del sol sofocante; el rió Tormes. Todo concluyó en el río. Desde la carretera sentí el sabor familiar de los juncos, el fresco olor de la tierra limosa en sus costados salpicada de ranas y anguilas, su mansedumbre era perfecta, los árboles de su orilla inclinaban sus rostros añejos hacia él, y supe que no podía ser otro el lugar. Bajé una cuesta encorvada hacia la entrada del pueblo, todo mi cuerpo se minó de impulsos que invadían el momento, pero bajé sereno, con la mirada amplia y los sentidos abiertos. Un cartel pequeño tímidamente dejaba ver el nombre de "Florida de Liébana", fue como atravesar el tiempo, como si un telón invisible de años se levantase en ese instante, las casas de piedra moldeada en grandes bloques con puertas de madera eterna y paredes enanas salpicadas de adobe contemplaban inmóviles a mi paso, las tejas grises por los años y los líquenes verdosos sostenían a los lagartos que se mezclaban con los musgos para protegerse del sol.No había nadie en las calles, así que sin más me adentré en su angostura casi inconsciente de mi andar, todo estallaba, detrás de una cerca de alambre un hombre viejo arrancaba malezas de su huerta a mano desnuda e hincado entre los surcos, me dio la sensación de que había escapado a los años, me detuve a observarlo un instante y no fui capaz de llamarle porque estaba seguro de que era un ser ajeno al tiempo, que era una figura estampada a un costado del marco de la vida. Tardé solo unos minutos en llegar a las entrañas de la pequeña aldea, muchas de las casas estaban abandonadas, en ruinas, pero seguían emanando frescura a través de sus muros, las piedras calzadas con adobe parecían hablar a mi paso, bullían rojizas cantando historias, orgullosas de las enredaderas y matas pequeñas que cubrían la aspereza de sus rostros, me llamaban.En un instante me di cuenta de que no había advertido al anciano de cabellos blancos al final de la calle que me observaba apoyado en su azada de entre las cebollas de su huerta. Se me paralizó el alma por un instante, no emitía movimientos, me miraba directamente a los ojos sin el menor gesto. Con las manos sudadas me acerqué despacio hacia la verja que le separaba de la calle amarillenta hasta quedar justo frente a él. Sin inmutarse me preguntó:- ¿Qué buscas joven? Por un segundo no pude pronunciar palabra, hasta que por fin le contesté en un tono que no me pertenecía:-Estoy buscando la calle "Regatón" pues en ella vivió, en la casa nº 4, mi bisabuelo.Su mirada fue cambiando de tonalidad, paulatinamente se volvió amable, en un momento incierto, y me dijo:-Ah!! Bueno, las calles han cambiado, pero algunas, las más antiguas aún se conservan con sus nombres originales. Y luego de un momento agregó: - Sube la pendiente y la hallarás a tu izquierda. Le saludé y él me miró con una expresión protectora y amable, le agradecí y comencé a subir la empinada, era muy corta, y a sus costados las avispas revoloteaban, entraban y salían de los huecos oscuros de los techos, en esos momentos el corazón me comenzó a latir como una darbuca en el pecho hasta que en una pared más bien grisácea vi el cartel pequeño con el nombre de la calle, la sensación es difícil de explicar, de repente siento que se une una brecha oceánica en un instante, que estaba pisando el suelo que tantas veces habría pisado mi ancestro, subiendo la cuesta que él caminó todos los días de su vida hasta los 18 años cuando se embarcó a Argentina para ya nunca más volver, no existen palabras para poder describirlo, caminé unos pocos metros con los ojos desorbitados, sumido en una cascada de imágenes que creí estar recordando y no viendo por primera vez, y allí estaba, la casa nº 4 de la calle Regatón, me acerqué conteniendo las emociones para poder ver con lucidez, estiré mi mano y suavemente la deje reposar sobre la ancha puerta de madera oscura y desgarrada por los años, un grueso candado tejido de telarañas me detuvo. Estaba abandonada, al igual que la mayoría de las casas del pueblo. Me senté en su pequeño umbral, prendí un cigarro, y contemplé como lo habría hecho mi bisabuelo dos siglos antes, la bajada con el horizonte ondulado de verdes trigales, los techos opacos de las casas más bajas, y por un momento estuve en sus ojos, como poseyendo su cuerpo, sentí en mis narinas el aire pesado, las frescas paredes, el sol estival, el zumbar de los abejorros, el cloquear de las gallinas, apreté el suelo polvoriento entre mis dedos y en ese instante su tierra fue mía.


leuman

sábado, 26 de abril de 2008

sin titulo


Me duelen las manos, los ojos, el tendón del tobillo izquierdo y la distancia
Me sobran medias, un juego de llaves, pelos en la cabeza y un océano
Me molesta el ruido, la ropa, la arena en los ojos y tu ausencia
Me llevan los pies, el viento y en la tierra mis huellas.

viernes, 18 de abril de 2008

Indio

Pareció que el cielo se iba a romper,
y que el sol caía por no brillar,
cuando el frío acero razgó su piel
y a sus pies cadenas le trajo el mar


sobre el pedregullo quedó su andar,
se durmió su mundo sin comprender,
se perdio en la noche su guía estelar,
se fundío en el viento al volar con él


y cada voz que levante su voz
y danze wiphala al viento sera
America, America


Y era el hombre, solo por solo ser
hijo de la tierra, señor del sol,
temple de montaña, corazon de fuego
de flecha los ojo y de río su voz

tierra de mi dios, el único dios,
padre de los hombres Mapuche sos
cuando en mi propia sombra me vi
blanca luz de luna, Mapuche fuí

El Pianista

No podría precisar la hora exacta pero con seguridad había transcurrido más allá de la media noche. Estaba a punto de comenzar el concierto.
Desde la vereda se podía ver una silueta recortada en las cortinas con un marco amarillento y ondulante producto de la luz tenue de la lámpara a querosén. Miré el papel en mi mano, estaba descolorido de tanto sacarlo y ponerlo en el bolsillo y corroboré que era la dirección correcta.
Esa tarde no había logrado concentrarme en una idea clara y en mi cabeza daba vueltas un remolino de conjeturas infundadas y fantasiosas. Desde el momento en que por pura casualidad (o no) en el jardín trasero de don Justo Barbosa (Q.P.D.) quien me había pagado por plantarle tres higueras, desenterré la caja de madera con las bisagras pegadas por el óxido; desde el momento en que con una cuña rompí el candado que la mantenía cerrada y más aun desde el momento en que encontré la nota en su interior que claramente decía: “a quien corresponda…20/12/2007, pasaje Carlos Gardel, calle número 3. Concurra después de pasada la media noche…SERA RECOMPENSADO”. No había podido dejar de pensar en esa noche, en ese lugar.
Voy admitir que estaba asustado solamente porque así era, podía sentir el temblor en mis manos y el fresco aire de las sierras que se precipitaba hasta mi espalda haciendo evidente el sudor producto del momento.
La puerta estaba abierta, caminé muy despacio casi en penumbras hasta el umbral, me detuve antes de entrar y casi inconcientemente gire la cabeza sobre el hombro como en cámara lenta al mismo tiempo que percibía un cambio en el aire, por un instante tuve una sensación de detención del tiempo, solo la farola de la esquina quieta, el viento cesó por completo las copas de los árboles apenas se movían al compás de una melodía que sonaba en un piano que se interrumpía y volvía a empezar desde el principio cada vez, no se cuanto tiempo estuve en ese estado pero cuando me incorpore, estaba al final de una escalera desde la cual se distinguía el cuerpo de la persona en la sombra sentada al lado de un piano… me quede paralizado, estupefacto no podía procesar en mi cerebro lo que estaba sucediendo, el hombre se paro, lentamente se acercó y por alguna extraña razón yo caminé hacia él, no podía ver más que su forma dibujada en negro contra la ventana e intente aguzar la vista para descifrarlo, justo cuando desde su pecho brotó una voz ahuecada y muy grave casi irreal…
“la caja” me dijo, y sin basilar un instante saqué la caja que había desenterrado y que llevaba en el bolso, “dámela” continuó, le entregué la caja y con gran habilidad la giró y acto seguido descubrió un compartimiento que yo jamás había visto y del cual saco uno por uno, tres huesos que brillaron blancos de calcio reseco a la luz de la lámpara y los ocultó en la manga de la túnica. Como esperando una explicación me quedé parado, pávido viéndolo pero todo estaba quieto, en silencio, parpadee muy despacio como si mis pestañas fueran telones de plomo, el piano sonó nuevamente pero esta vez con la melodía completa y vívida que estalló en mi frente con tal fuerza que mi cuerpo se sacudió estrepitosamente y una luz incandescente bañó la habitación;
Mire mis manos, estaban con los dedos apoyados sobre las teclas del piano, tranquilas y satisfechas, me pare sin comprender, ví el piso de madera las luces blancas y potentes sobre mí, noté que llevaba un traje y zapatos; cuando me di cuenta de los aplausos y la ovación, mi cuerpo reaccionó con una naturalidad que no me pertenecía,
me incliné y salude al público.

Leuman

jueves, 17 de abril de 2008

Estacion apostoles

Jugaban, reían Facundo y Javier,
su infancia corría al compás incesante
que embriaga la siesta en las vías del tren
Piesitos descalzos rojiza la piel. alegran
la espera del día tras día que deja
el anden.
La vieja estación dibuja un matiz,
de luz amarilla oxidado vagón,
galpones añejos silencio de pueblo, miradas amigas,
durmientes de un tiempo que el mundo olvido.

Selva costera

He visto como brillan las hojas de la selva,
como palpita la vida y se libera la luz
el llamado del río cristalino
y su sangre en la piedra como llega se va.
Casi entiendo la risa de ernestito,
tan sincera, hiriente, tan real,
los piecitos hinchados, la barriga,
su mirada estremece al Paraná

selva

como no vamos a verte
si siempre estuviste ahí
permíteme comprenderte
se mis manos, yo raíz

Estación 179

El olor a la tierra mojada impregno el momento por completo, tan difícil de evadir que se ahondo en mis huesos hasta arrancar astillas de calcio y recuerdos perennes que viven solamente en los sentidos.
Era el mismo, el de siempre, aquel que aun tan lejos me hiciera henchir el pecho con los ojos cerrados y los brazos abiertos, con las palmas lamiendo la lluvia fría repletas de vida por ver en las gotas el rostro del cielo.
Caía como una caricia sobre la tierra vieja con un cantar lastimoso y compadeciente le besaba una a una las arrugas ondulante de su frente limosa, y a lo lejos las cumbres cenicientas preferían perderse de vista detrás de la niebla espesa y hundirse de repente y por siempre en los senos del tiempo; ¡Que nadie las mire! No quieren las luces ni piden caminos que monten su lomo, ya no les importa que admiren sus cumbres, prefieren la noche y lloran a oscuras vertiendo su llanto en el río Jarama para que a escondidas se lo lleve lejos.
Así estaba el mundo. El orden humano perfecto, el bus se detiene junto a la garita a la hora exacta, abre sus puertas, devora y vomita, la tierra se queda en silencio y espera con la piel arada y sin una plegaria que sane su lepra, espera en vano, a nadie le importa ya nadie le reza.

Hoy, un día como otros.

Hoy un día como otros, como casi todos los días que se esfuman en el abrazo ardiente del cemento. Un a ciudad inmersa en un continuo caminar inmune a todo, inmune al tiempo, pero vulnerable ante un trajinar desesperado, sumergida sin saber con certeza por que, en el fondo del aljibe con aguas de de tantas lluvias distintas.
Desviando mi camino habitual me encontré de repente, evitando al paso a la muchedumbre agolpada en un mar agrio de pancartas dibujadas en la calle, albergando en su ceno tantos colores distintos, sofocadas bajo el mismo sol de febrero, bajo un mismo cielo azul- grisáceos, el ceño fruncido ante un mandatario que oculta su desorientado discurso entre esbozos de actriz fracasada con algunos años de mas. Una muchedumbre cercada por la tos de sabuesos custodios, tan sola en si misma… tan lejos de ser un solo órgano de aquel cuerpo arrasado por la endemia del hambre.
Bajo despacio la calleja estrecha, abovedada de árboles grises regados de hollín, hasta la avenida. Vibra en mis huesos el murmullo inquieto de la vida en el centro del sur del mundo, me asalta de golpe un rió sonoro capaz de inundar hasta atrofiar los sentidos.
Un niño que llora en la plaza repleta de gente dueña de la más pura indiferencia. Un perro de alambre cubierto de piel mojada sale de la fuente a mi lado. A nadie molesta, porque es solo parte del cantar ciudadano, la voz protestante de un pregonero que al pie del cabildo convoca a marchar, denuncia denuncias a todos y a nadie, y para el oído no es mas que una nota de la partitura urbana con coro de palomas que desesperan por comer las migajas que deja caer la masa transeúnte.
Tan solo a unos metros de allí tiene lugar el último y más sagrado espectáculo de aguas danzantes jamás antes conocido, con un torbellino de colores mágicos e inexplicable belleza, es admirado y aplaudido por los fieles absortos e hipnotizados que rinden tributo al ultimo Dios de turno y arrojan monedas llenas de esperanza ritual a la fuente.
Todo parece sonar al compás. Armónico y tosco, mágico y brutal.
Cruzando la calle detiene su marcha un sulky sórdido y desvencijado. Rebuzna el motor del único caballo que intenta alejarse del lomo sarnoso los moscos azules. Repleto el carruaje de cartones prensados expulsa cual flecha al niño jinete que embiste la acera en un arrebato y vuelve corriendo, sin ninguna lágrima en sus ojos secos, con la piel dorada y el músculo en fibra pura.
La ciudad vive. Entre la catedral, sin fieles, de cuatrocientos años, que es vigilada por el gran jinete altivo en la plaza, cubierto hasta el gorro de bosta de pájaros, señala el ocaso con el dedo en alto como si quisiera irse.
La ciudad vive. Entre el trajín incesante del transporte urbano, los coches trenzados en angostas calles, el redoblante vomita a su paso, y todo es parte del mismo gusano que se arrastra herido por tanta miseria, y tanto esplendor le quema los ojos huecos y humeantes, grandiosos y sordos.
Los sueños ajenos sembraron la tierra fértil pero solo cadillos y ortigas crecieron, las palabras ya no dicen nada y nadie las escucha esta vez.
Y es entonces cuando lo percibo, como arrancando el tábano gordo que parece morderme los tímpanos. Llega volando acunado en el viento. Tan fresco, tan simplemente bello, invulnerable al paso de los años.
El sonido de los Andes se eleva tranquilo abriéndose paso entre los árboles y se ahonda en el pecho vació, rebalsan de gozo y se ahogan dichosos todos los sentidos con el olor a la tierra, virgen, mojada de roció. Le presta a mis ojos vicuñas aladas que bajan danzando hasta el arrollo milenario y el mundo se embriaga en la brisa fresca que choca de frente en las cumbres heladas, y veo al cóndor volando entre cantos de sicus que me llevan el alma al páramo andino.
La tierra lo sabe, ella nos ha visto, y se ha visto olvidada por siempre en la plaza de tantos olvidos.

Leuman.

miércoles, 16 de abril de 2008

Africa en carne viva


Con el tiempo plomizo en sus costados
y arrullando un cruigido maternal
desde el vientre preñado por la infamia
que derrama sus lágrimas al mar.
Dieciséis que se dicen marineros
ahuecados en el pecho por su dios
con los ojos que sangran, corroídos,
Putrefactas miradas de terror.
Los lamentos que muerden las entrañas
del navío llagado por hedor
vomitando tras rítmicas cadenas
lo que ayer fueron cantos de un tambor.
Cada costra en la espalda del tesoro
se hizo llanto en las almas y en la voz.
Cada azote en la carne magullada
la memoria entre dientes, del rencor.
Del regazo arrancaron a sus hijos
y llenaron sus pechos con dolor
y aunque nadie alivió las cicatrices
hoy no ríe pero África lloró
Leuman

martes, 15 de abril de 2008

la luna

poco a poco la luna iba asomando dormida por los hombros de la tierra .y en su mirada pálida y cenicienta dejo se ver con los ojos llorosos de envidia y reflejados entreabiertos en el cristal negro del mar.
vio con tristeza a un chaman con retraso que alzó su báculo enraizado hacia del árbol añejo, y el hombre de boina a cuadros decidió, en el momento, que debía sembrar en breve los gladíolos, se estampaba la silueta del gallo sobre el lienzo plateado, y se desvestía el rió con su corona de damas de noches, vírgenes del rocío...
y volvió a verse la luna en la espuma de las olas, en la sombra del churqui acampanado de espinas, hasta encontrarse en los ojos de un poeta de vidrio, y arranco para siempre un puñado de música acorado de grillos a los los murmullos de la noche.

Leuman