jueves, 17 de abril de 2008

Hoy, un día como otros.

Hoy un día como otros, como casi todos los días que se esfuman en el abrazo ardiente del cemento. Un a ciudad inmersa en un continuo caminar inmune a todo, inmune al tiempo, pero vulnerable ante un trajinar desesperado, sumergida sin saber con certeza por que, en el fondo del aljibe con aguas de de tantas lluvias distintas.
Desviando mi camino habitual me encontré de repente, evitando al paso a la muchedumbre agolpada en un mar agrio de pancartas dibujadas en la calle, albergando en su ceno tantos colores distintos, sofocadas bajo el mismo sol de febrero, bajo un mismo cielo azul- grisáceos, el ceño fruncido ante un mandatario que oculta su desorientado discurso entre esbozos de actriz fracasada con algunos años de mas. Una muchedumbre cercada por la tos de sabuesos custodios, tan sola en si misma… tan lejos de ser un solo órgano de aquel cuerpo arrasado por la endemia del hambre.
Bajo despacio la calleja estrecha, abovedada de árboles grises regados de hollín, hasta la avenida. Vibra en mis huesos el murmullo inquieto de la vida en el centro del sur del mundo, me asalta de golpe un rió sonoro capaz de inundar hasta atrofiar los sentidos.
Un niño que llora en la plaza repleta de gente dueña de la más pura indiferencia. Un perro de alambre cubierto de piel mojada sale de la fuente a mi lado. A nadie molesta, porque es solo parte del cantar ciudadano, la voz protestante de un pregonero que al pie del cabildo convoca a marchar, denuncia denuncias a todos y a nadie, y para el oído no es mas que una nota de la partitura urbana con coro de palomas que desesperan por comer las migajas que deja caer la masa transeúnte.
Tan solo a unos metros de allí tiene lugar el último y más sagrado espectáculo de aguas danzantes jamás antes conocido, con un torbellino de colores mágicos e inexplicable belleza, es admirado y aplaudido por los fieles absortos e hipnotizados que rinden tributo al ultimo Dios de turno y arrojan monedas llenas de esperanza ritual a la fuente.
Todo parece sonar al compás. Armónico y tosco, mágico y brutal.
Cruzando la calle detiene su marcha un sulky sórdido y desvencijado. Rebuzna el motor del único caballo que intenta alejarse del lomo sarnoso los moscos azules. Repleto el carruaje de cartones prensados expulsa cual flecha al niño jinete que embiste la acera en un arrebato y vuelve corriendo, sin ninguna lágrima en sus ojos secos, con la piel dorada y el músculo en fibra pura.
La ciudad vive. Entre la catedral, sin fieles, de cuatrocientos años, que es vigilada por el gran jinete altivo en la plaza, cubierto hasta el gorro de bosta de pájaros, señala el ocaso con el dedo en alto como si quisiera irse.
La ciudad vive. Entre el trajín incesante del transporte urbano, los coches trenzados en angostas calles, el redoblante vomita a su paso, y todo es parte del mismo gusano que se arrastra herido por tanta miseria, y tanto esplendor le quema los ojos huecos y humeantes, grandiosos y sordos.
Los sueños ajenos sembraron la tierra fértil pero solo cadillos y ortigas crecieron, las palabras ya no dicen nada y nadie las escucha esta vez.
Y es entonces cuando lo percibo, como arrancando el tábano gordo que parece morderme los tímpanos. Llega volando acunado en el viento. Tan fresco, tan simplemente bello, invulnerable al paso de los años.
El sonido de los Andes se eleva tranquilo abriéndose paso entre los árboles y se ahonda en el pecho vació, rebalsan de gozo y se ahogan dichosos todos los sentidos con el olor a la tierra, virgen, mojada de roció. Le presta a mis ojos vicuñas aladas que bajan danzando hasta el arrollo milenario y el mundo se embriaga en la brisa fresca que choca de frente en las cumbres heladas, y veo al cóndor volando entre cantos de sicus que me llevan el alma al páramo andino.
La tierra lo sabe, ella nos ha visto, y se ha visto olvidada por siempre en la plaza de tantos olvidos.

Leuman.

1 comentario:

Nancy Mansur dijo...

Esto está verdaderamente bueno.
Me ha dejado pasmada tu manera tan clara de pintar con palabras una Argentina tan real, tan contradictoria, en la que conviven de manera indiferente la pobreza y la riqueza, la opulencia y la impotencia, la miseria, el hambre, el poder y la gloria, la belleza natural, y aquellos pueblos nativos, con su cultura, tan hermosos, olvidados, casi desaparecidos y vencidos pero luchando siempre desde ese olvido por teminar de escribir la otra historia.